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Mostrando entradas de agosto, 2021

Platón y la teoría de los anillos

En un despliegue ejemplar de lógica formal, Platón evidencia en el Ión su concepción crítica de la poesía. Utiliza para ello la figura del rapsoda — un pregonero o declamador de los grandes poemas épicos— quien, al encuentro con el mismo Sócrates, entabla un diálogo ficticio que en el fondo esconde una posición marcada sobre las artes y las ciencias. ¿Cuál era la intención del autor en contraponer a ambos personajes? Sin duda, porque cada uno encarnaba a los máximos representantes de las disciplinas que entraban en conflicto: la filosofía y lo que para Platón significaba la poesía.  Tras halagar a Ión por haber ocupado el primer puesto en un concurso de rapsodas, el personaje de Sócrates le formula una sencilla pero engañosa petición: «…solo quiero que me digas si tu habilidad se limita a la inteligencia de Homero o si se extiende igualmente a la de Hesíodo y Arquíloco». Ante cuya decepcionante respuesta, el ateniense sentencia: «Es evidente, que tú no eres capaz de hablar sobre Homer

Decálogo del cuentista

1. No deseches el primer borrador. A medida que el cuento se perfecciona, se suele extraviar el aliento vital que dio origen al relato. No pocas luces se encuentran en la relectura de aquel lejano manuscrito. 2. Para toda idea inexpresada hay una palabra precisa, una que revela mejor que ninguna toda la dimensión, el color y la forma de lo que se quiere decir. El mérito del cuentista es encontrar esas palabras y saber emplearlas en el lugar indicado. 3. Buscar la belleza de las palabras cortas: té, más, sol, pan, voz, tren. Entre ‘intempestivamente’ e ‘inopinadamente’, elegir ‘de golpe’. 4. El arranque (ideal) del cuento debe aportar dirección y fuerza. No como un cohete que asciende de manera abrupta hacia el firmamento, sino como un jet que toma impulso sobre la pista, de manera horizontal, cada vez más rápida, con un rumbo fijo que a la postre trazará la línea misma del relato. 5. Un cuento logrado es como una pieza musical. Leerlo en voz alta todas las veces que sea necesario ayuda

La libertad y el arte. Algunas notas sobre los manifiestos vanguardistas

  Releyendo los manifiestos artísticos surgidos en las primeras décadas del siglo XX, me preguntaba acerca de las claves —sociales o literarias— que motivaron estos enérgicos pronunciamientos. Tanto en el  Manifiesto del Futurismo (1909) de Filippo Tommaso Marinetti como en los Manifiestos del surrealismo (1924 y 1930) de André Breton, se pone de relieve no tanto la obra poética como la acción poética («No hay belleza sino en la lucha», indica Marinetti). Es en el hacer del hombre donde anida la condición del nuevo artista, una especie de actitud vital más importante aún que la técnica o la palabra. El dadaísmo, años más tarde, reciclaría estas agitadoras ideas para llevar a cabo su ruptura con la tradición racionalista. Para el futurismo y el surrealismo, tal acción no es exclusiva de unos pocos iluminados ni de una clase privilegiada. De ahí que este tipo de proclamas tengan ese claro sello imperativo («¡Alzar la cabeza!... ¡Enhiestos sobre la cima del mundo, nosotros lanzamos una