Desde el día que invocamos al fantasma de Aristóteles, las sesiones han sido un éxito. Los salones se llenan con facilidad y no nos damos abasto para atender a tanta gente. A diario nos llega correspondencia de todos los países. Piden hablar con Marx, Galileo, Descartes, Napoleón o Jesucristo. Con gozo aterrador hemos conocido sus testimonios de ultratumba. Sin embargo, nuestra tarea no es un campo de flores. Como desertores, venimos huyendo de la policía. Debido a las frecuentes emboscadas, nos vemos obligados a reunirnos en lugares clandestinos, a horas imposibles; juzgados, perseguidos, acusados de subvertir la verdad del mundo.
Libros, arte y poesía