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28 de julio

Las tres niñas salieron en fila del salón, uniformadas. A la cabeza, Reynalda portaba el estandarte. Le seguía Justina. El profesor encendió la radio a pilas y el himno nacional se dejó escuchar en la fría cordillera. Pierna en alto, desfilaron por la calle sin asfaltar de la escuelita de adobe. «Maestro, ¿puedo llevar la bandera el año que viene?» Preguntó Albertina cuando terminaron. El profesor tenía la mirada colgada en el horizonte, mientras desde el pueblo le llegaba el eco de las ametralladoras. «Sí», contestó, «el año que viene».  

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Outfit

Hay días en que la ropa me queda demasiado grande no porque haya perdido peso precisamente sino porque de seguro se me ha encogido en dos tallas el alma. Tan inevitable como inútil uno se mira las manos bajo el sol ve caer el ensueño junto al chorro del grifo y encuentra en una cáscara de fruta el significado obsoleto de la alegría. Hay días en que el cuerpo se engalana solo como un mendicante sin el alma puesta y hay que dejarlo solamente abrazarlo y dejarlo irse.

Se nos ha ido la vida

Se nos ha ido la vida como excusándose en un batir de alas silentes sin prisa sin lástima sin dolor ¿ya ves que no era tan grande como decían? Solo hemos tenido una carta un único rostro adormecido una moneda de un solo lado y la hemos apostado a perdedor todo o nada bajo la mirada inquietante de los jueces. Se nos ha ido la vida y a cambio nos han dejado a nuestra suerte. 

Estación Julio Prestes

Hubo días en que pasé hambre y llenaba las vísceras con manantiales de lavatorio a veces para engañarme me decía que era martes y no viernes ahí están como evidencias los poemas heroicos en los baños públicos el pavor secreto de las plazas soleadas. Desde el hotel Helvetia me asomaba a diario como un misántropo a otear los cascos acerados de la estación Júlio Prestes. Algo debió nacer o morir ahí en esos lentos atardeceres un retazo de mi voz de mi sombra me avergüenza un poco ahora pero por fortuna no hay testigos de mi cuerpo desolado.