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Estación Julio Prestes

Hubo días en que pasé hambre y llenaba las vísceras con manantiales de lavatorio a veces para engañarme me decía que era martes y no viernes ahí están como evidencias los poemas heroicos en los baños públicos el pavor secreto de las plazas soleadas. Desde el hotel Helvetia me asomaba a diario como un misántropo a otear los cascos acerados de la estación Júlio Prestes. Algo debió nacer o morir ahí en esos lentos atardeceres un retazo de mi voz de mi sombra me avergüenza un poco ahora pero por fortuna no hay testigos de mi cuerpo desolado.
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Se nos ha ido la vida

Se nos ha ido la vida como excusándose en un batir de alas silentes sin prisa sin lástima sin dolor ¿ya ves que no era tan grande como decían? Solo hemos tenido una carta un único rostro adormecido una moneda de un solo lado y la hemos apostado a perdedor todo o nada bajo la mirada inquietante de los jueces. Se nos ha ido la vida y a cambio nos han dejado a nuestra suerte. 

Outfit

Hay días en que la ropa me queda demasiado grande no porque haya perdido peso precisamente sino porque de seguro se me ha encogido en dos tallas el alma. Tan inevitable como inútil uno se mira las manos bajo el sol ve caer el ensueño junto al chorro del grifo y encuentra en una cáscara de fruta el significado obsoleto de la alegría. Hay días en que el cuerpo se engalana solo como un mendicante sin el alma puesta y hay que dejarlo solamente abrazarlo y dejarlo irse.

El cadáver

Sin familiares que lo reclamen, el cuerpo estuvo rebotando de un ministerio a otro, hasta regresar a la morgue. Solo aguantó ahí unos días. Los forenses se rehusaban a trabajar mientras permaneciera con ellos el execrable difunto. Ningún camposanto aceptó enterrarlo. El gobierno se vio en aprietos. Pensaron cremarlo y echar las cenizas al océano, pero temieron que contaminara por siglos la fauna marina. Por último, decidieron lanzarlo al espacio sideral. Nerviosos por la delicada misión, la impericia de los astronautas propició una fallida maniobra en el aire. Una explosión en las turbinas, seguida de una lluvia de polvo negro bañando sus rostros, les recordó para siempre la monstruosidad que habían engendrado.

Breaking news

Durante la pausa, el presentador hizo el anuncio. A partir de mañana, dijo, los relojes de todo el mundo se detendrán. No tenía sentido, además, persistir en algún tipo de orden, dadas las circunstancias actuales. Luego se cortó la transmisión y el plató quedó también envuelto en sombras.   

El ómnibus

Cuando la policía detuvo el ómnibus por quinta vez, el chofer no dudó en darse a la fuga. Había acumulado tantas infracciones de tránsito que, tal como fue advertido, a la siguiente ocasión sería trasladado a la comisaría. Durante el cinematográfico escape, el vehículo trepó una vereda, se pasó dos luces rojas, chocó una ambulancia y arrolló un puesto de frutas. Ni la hilera de patrulleros detrás, ni el zara ndeo de los pasajeros a bordo, ni los balazos al aire, obligaron al fugitivo a detenerse.  Para cuando cruzó la frontera, ya había cometido más delitos que los consignados en el capítulo cuarto del código procesal penal . No se volvió a saber del bus. Algunos dicen que continuó vagando, sin rumbo, en medio de la blanca estepa, parando solo para que los pasajeros comieran o satisficieran sus necesidades. Otros, en cambio, aseguran que, con el tiempo, los viajantes hicieron buenas migas, orillaron en un paraje manso y levantaron ahí un poblado silencioso de casitas blancas y calles

28 de julio

Las tres niñas salieron en fila del salón, uniformadas. A la cabeza, Reynalda portaba el estandarte. Le seguía Justina. El profesor encendió la radio a pilas y el himno nacional se dejó escuchar en la fría cordillera. Pierna en alto, desfilaron por la calle sin asfaltar de la escuelita de adobe. «Maestro, ¿puedo llevar la bandera el año que viene?» Preguntó Albertina cuando terminaron. El profesor tenía la mirada colgada en el horizonte, mientras desde el pueblo le llegaba el eco de las ametralladoras. «Sí», contestó, «el año que viene».